Noche de Halloween.
Artículo … 1.679.
Categoría … Noches de alcoba.
Publicado por … Bruno Fernández.
Unos amigos me habían invitado a la Fiesta de Halloween. Vivían en las afueras de la ciudad, en una vieja casona de dos pisos rodeada de castaños. Tras los saludos, los anfitriones nos asignaron habitaciones donde podríamos ponernos los disfraces y prepararnos para la cena y la reunión que tendría lugar por la noche.
El cuarto que me tocó en suerte era un bonito dormitorio donde era seguro había dormido una niña. Sobre la cama, con el cabecero de hierro forjado pintado de blanco, una primorosa colcha de encaje. En la almohada reposaban muñecas de todos los materiales y tamaños. En las estanterías, peluches de animales y cuentos. Cajas de madera blanca, perfectamente alineadas, en las que, seguro, había juguetes guardados.
Cuando empecé a poner mi disfraz de Morticia Adams empecé a sentirme un poco fuera de lugar. Era un atuendo demasiado sofisticado para un cuarto tan inocente.
Tenía puestas ya las finas medias negras sujetas con ligas, unas braguitas negras y un sujetador del mismo color. Me senté para ponerme el pálido maquillaje. Según me iba pintando, pensaba que iba obteniendo un resultado muy parecido al de mi personaje. Ayudaba mucho mi pelo. Es liso y negro, y lo llevo tan largo como la propia Morticia. Con maquillaje para pelo me di unas mechas blancas. Los ojos pintados muy oscuros y los labios muy rojos, me devolvían el espejo infantil una imagen que cada vez me divertía más, por el parecido.
Me disponía a ponerme el vestido largo y negro cuando llamaron a la puerta. Me subí en los zapatos de tacón imposible y me puse por encima un albornoz de ducha que mis amigos habían dejado sobre la cómoda blanca donde reposaban también mis maquillajes.
Creía que era mis amigas y abrí sin preocuparme mucho de cerrarme el albornoz. Del otro lado del umbral había un fantasma.
-- ¿Quién eres? –. Pregunté divertida.
-- Déjame pasar –. Me contestó una voz de hombre.
Pensé que no había problema alguno porque todos los que habían sido invitados a la fiesta nos conocíamos todos, de modo que le dejé paso franco y me volví esperando qué sorpresa me traería. El fantasma cerró la puerta tras sí y con un lento movimiento de brazos empezó a quitarse el traje blanco. Ante esto si que es divertido y ante mi estupor, apareció un hombre joven al que no conocía. Tenía los ojos y el pelo peinado hacia atrás muy negros.
-- Te quiero –. Me dijo.
-- Esta sí que es buena (exclamé). No te conozco –. Dije.
-- ¿Eres amigo de Ana y Luis? –.
Por toda respuesta el hombre el hombre se acercó a mí que me había sentado en la cómoda y había encendido un cigarrillo. Llevaba una camiseta blanca de manga larga y unos pantalones negros, una especie de alpargatas.
-- ¿Quieres un cigarrillo? –. Pregunté por ocultar mi nerviosismo.
-- Te quiero tanto. Dime que tú me quieres también –.
-- Este es el Halloween más divertido de mi vida. Un desconocido me ama. Yo a medio vestir y mis amigos esperándome para la cena. ¡Qué absurdo! –.
El hombre se acercó aún más y se abrió el albornoz. Me sobresalté. Sus manos se posaron en mis caderas y el calor de sus manos hizo que notara como mis mejillas habían empezado a arderme de golpe. Antes de que yo pudiera reaccionar, empezó a besarme en el cuello. Sus besos me producían una agradable sensación y me extrañó su olor. Más bien si no olor, porque no olía a nada. Ni a jabón, ni a colonia, ni a sudor siquiera. Si acaso olía a madera vieja.
-- ¡Te amo! –. Murmuró. Y empezó a enrollar mis braguitas en torno a mis caderas. Sin oponer resistencia, dejé que la bajara hasta los zapatos y me las quitara. Las subió hasta su cara y hundió en ellas la nariz. Puso cara de éxtasis. La desnudez del mi sexo me excitaba. Dejó caer el albornoz por mis hombros y con un movimiento certero liberó mis pechos del sujetador.
No hubo más preliminares. Con suavidad, pero con firmeza, me separó las piernas. Mirando fijamente mi coño abierto se quitó la ropa. En su cuerpo delgado y liso no había ni un sólo pelo. Tenía depilada hasta la zona de sus genitales. Su polla era larga y lisa. Y estaba preparada. Apoyé mis manos en la cómoda y eché la cabeza hacia atrás esperando la acometida. Cuando ésta se produjo, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Mientras sus manos movían rítmicamente mis caderas, su verga entraba y salía de mí tocando cada punto sensible de mi centro. Oleadas de placer me recorrían. Me oía a mí misma gritar y al hombre repetir que me amaba. No se cuánto duró, ni en qué momento me dejé llevar por una explosión continuada en mi vientre, una especie de serie de fuegos artificiales que finalizaron con una traca final que llamaré Niágara. Era la primera vez que eyaculaba. Fue un orgasmo distinto. Como un volcán de lava líquida que empapó mis piernas y el vientre del hombre que me había tomado.
Sin decir nada se vistió. Se pusó su disfraz de fantasma y se marchó diciendo un "hasta luego".
Recobrada la calma, recompuse mi maquillaje y me puse el vestido. Cuando bajé todos estaban esperándome para comenzar la cena. Busqué con la vista y ningún invitado iba vestido de fantasma.
Pregunté a la anfitriona si faltaba alguien o sí había alguien más en la casa. Ana me dijo que no. Que no tenía servicio y que todos los convocados estaban con nosotras en el salón.
Pasé la noche intrigada. Cuando de madrugada acababa la fiesta y el anfitrión, Luis, propuso que se quitaran el disfraz aquellos que no habían sido reconocidos, ninguno de los hombres que se despojó de su disfraz era el que había venido a mi cuarto unas horas antes.
Autora … Nathalie.
Más relatos en … El callejón oscuro.