La pelea.
Artículo … 1.646.
Categoría … Noches de alcoba.
Publicado por … Bruno Fernández.
Desnudo en la cama, sintiendo frío y calor al mismo tiempo, haciéndome preguntas, reproches, insultándome, llorando por primera vez en mi vida adulta, me despertó el teléfono, pero no era él.
Era un cementerio privado ofreciéndome un lote para el más allá, con servicios de lujo, capilla ecuménica y césped siempre verde, como si uno de muerto pudiese disfrutar del verdor de la gramilla o rezar el Padre Nuestro … Insulté a la madre del que llamaba y a todos sus antepasados y corté no sin antes decirle: "Muérete tú".
Antes, mi teléfono había recibido una llamada pero no llegué a cogerlo, habían cortado. Estaba seguro que el me había llamado. "Marica iluso, no te va a llamar más" (decía mi cerebro) "Se terminó, entiéndelo". Pero el corazón decía otra cosa y no podía dormir.
Acariciando mi pecho, suavemente como cuando sus manos tibias hacían círculos en mi tetillas rosadas, como cuando sus dedos largos dibujaban prodigios para excitarme o para llegar a mi corazón. Recorriendo mi pecho, mis brazos, el tatuaje que juntos nos habíamos hecho, aquel primer verano en Mikonos. Acariciando mis músculos de gimnasio, mis bíceps desarrollados para él, fuertes para él, duros para él. Toca, mira que definición, toca.
Esperando su llamada, masturbándome como si volviera a la adolescencia, ahora que no lo tenía. Ahora que el no estaba. Ahora que el teléfono no se dignaba a sonar. Ahora que mi piel, mis huesos, la punta de mis uñas, mis venas , mis hormonas , mis membranas, sufrían por su ausencia. Acariciando mi polla casi dormida y larga, mis huevos fríos, el interior de mis muslos que el tanto había besado. Respirando su olor imaginario impregnando la funda de mi almohada, extrañando su voz, el calor de su piel, el roce de su barba, el sabor incomparable de sus besos., el perfume herbal de su aliento, el inventario salobre de su saliva.
Haciéndome la paja penosamente, mientras mis mejillas eran un río de lágrimas, mientras mis pies eran dos témpanos de hielo y mis orejas en guardia, las de un labrador atento a su presa, esperando su llamado. Pero el teléfono no sonaba.
Lo conocí en la casa de una loca famosa, un fotógrafo "fashion", y desde el primer momento que nos vimos, nos gustamos. El venía de una ruptura civilizada de su anterior relación, y yo con mi ex había terminado a los golpes: trompadas, arañazos, pellizcones, ruptura de discos compactos, rayadura en su coche, recriminaciones, amenazas. Yo soy así, rencoroso, frontal, peleador. Digo todo lo que pienso aunque duela. Puedo ser dañino y "malvado". O sea soy una mezcla de la Bette Davis y de la Joan Crawford .
Esa primera noche , yo lo encaré y le dije que estaba subyugado por sus ojos. Eran unos ojos brillantes como dos bolitas de vidrio. Claro que también me sedujeron sus bolas de carne y su polla verdulera (entre una batata o boniato y un zucchini o zapallito italiano de buen tamaño), pero no se lo dije. Se rió y en sus carcajadas jóvenes y cristalinas, creía adivinar cierto pudor, cierta reticencia a ser halagado intencionadamente por otro hombre.
"Soy bisexual, sabes" me dijo, como si eso le diera una patente absolutamente masculina, como si el solo hecho de no ser totalmente gay , lo hiciera ajeno al amor que no osa decir su nombre. Me lo dijo, como quien ataja al otro con la advertencia de que no se gaste, porque quizás esta noche termine teniendo sexo con una mujer que espera en cuatro patas en la cama de su apartamento....
Pero esa noche Herminio Álvarez, arquitecto, alto, fino, educado, joven., hermoso, lleno de vida, bisexual y aristocrático terminó en mi cama , repitiendo mi nombre como una letanía mientras mi rabo se introducía en su culo, mientras mi rabo pordiosero construía un pasaje hacia su corazón, desde su agujero más íntimo. Y cuando lo cogía, cuando mi polla despreciada, bombeaba en su orto maravilloso, el me decía que me amaba y yo seguía cogiendo y repitiendo no lo digas, no digas eso que es prematuro. El amor no era esa polla mía serruchando su culito lindo, entrando y saliendo de su agujero y llevándolo a un éxtasis desconocido. El amor era algo que se construye entre dos, es un resultado, no un principio. El amor entre dos hombres , era algo diferente a ese sexo de película porno que hicimos esa primera noche. Eso creía yo, al menos.
Pero del mismo modo que me encantaba su culo, el adoraba mi polla y esa primera noche entera en la que pernoctamos en un motel, me lo follé tres veces y quedé rendido, cansado , como muerto. La intensidad de lo que ocurría entre nosotros era como dicen los gringos "too much", demasiado, era como un incendio enorme, apagado con poco agua. "Cógeme amor cógeme, cógeme, no pares por favor, no pares". Siiiiii.
Yo no sé como se lo expliqué a mi espejo, aquella mañana, como podría definir esas bolsitas bajo los ojos, esa palidez, esas arrugas, ese fruncir del entrecejo, ese cansancio hermoso del amor después del amor, como dice una canción de rock nacional. Cómo callar esa felicidad de encontrar un igual , el amor de un igual, aunque ese amor no se declame y aunque fuera tan reciente...
Cómo explicar esa leche derramada sobre su pecho, los riachos de mi semen serpenteando sus tetas, y cruzando impúdicos la flaca línea de pelo, ese camino del amor que unía su ombligo con su poronga. Como decirle a mi sangre que olvidara sus latidos, sus gritos, sus gemidos o sus demostraciones de placer. Como decirle a mis dedos que olviden el calor y la tersura de tu leche después de que acabara en mis manos loco de pasión. Guapo, que guapo eres, le dije y él empalado hasta los tuétanos, con el culo abierto hasta el delirio, apenas podía esbozar una sonrisa con sus ojos cerrados por la pasión y el desenfreno. Puto mi puto , mi puto amor puto, mi loco amor.
Me acostumbré a la bella rutina de sus besos, de su afecto, de coger con el casi a diario, de abrazarlo desnudo cada noche. Contarnos cosas, compartir comida, vivencias, instantes, silencios, historias personales. Me acostumbré a su olor, a su piel, su aliento, sus secretos, las palabras no dichas, sus celos … Me habitué a sus cigarrillos, a sus horas de gimnasio, a sus reuniones sociales impostergables a las que yo no podía ir.
Sabía que lo querían casar a toda costa. Sabían que fomentaban una relación con una chica de su clase social, alguien de muy buena posición. Sabía que era débil porque hasta que me conoció, pensaba que el sexo con hombres era solo un pasatiempo exótico. O una carcajada de revancha divina por pecados en otras vidas.,
Se que algo resistió. Que en un gesto desusado enfrentó a sus padres, se opuso a esas presiones. Desafió las convenciones sociales que lo querían casado y con tres hijos y medio. Se vino a vivir conmigo y lo tuve por primera vez por días y noches, y se porque me lo confesó llorando que nunca había amado a nadie como me amaba a mi nene, mi loco nene, mi loco amor.
Cuando me confesó que se iba a casar, que había claudicado a sus deberes, a los compromisos de tu clase y especie, no lo pude creer. Me tomó de sorpresa. Me lastimó cada centímetro de mis tripas. Me hizo mierda. Yo me había jugado por su amor renunciando a un cargo bien remunerado en otra ciudad y ahora el me pagaba con una traición. Yo podía competir con otros gais, con apolos modernos de gimnasio y cama solar, con tipos de un metro y medio de polla, con viejos con mucha plata, pero no podía competir con una mujer, la "normalidad" ante la vista de todo el mundo. Yo era el perdedor de sus luchas contra las convenciones familiares y sus miedos.
Lloró , lloré , lloramos, cubrimos las sábanas con sangre y llanto, con semen del olvido, pero no cambió de parecer, entonces no lo soporté y como en mis peores antecedentes de rupturas, le pegué y me pegó y nos rompimos el alma, como si autodestruirnos fuera mejor que aceptar la verdad. Mi nene, mi puto nene. Adiós.
A puertas cerradas elaboré mi duelo. A puertas cerradas lo velé como se vela a los muertos. Llevé luto. A puertas cerradas decidí olvidarlo. Me prohibí pronunciar su nombre, rompí sus fotos, doné sus regalos, destruí las cartas que me había enviado. Hasta quemé la ropa que dejó en mi casa. Estaba muerto para mi pero no tenía donde llevarle flores.
Ahora me había quedado dormido pero no soñé. Me despertaron las sirenas policiales a las dos de la madrugada. Permanecí despierto, pero no llamó. Mis presentimientos estaban errados. Qué iluso había sido esperando al lado del teléfono.
En la oscuridad de la noche comencé a imaginarlo, como si eso fuese un hechizo para que volviera a mi, y recordé aquellas noches con mi cabeza en su vientre, con mi nariz cerca de su polla, con mi lengua destilando saliva para mamar aquella poronga hermosa y gruesa que invadía mi boca y me sacaba el aire, y comenzaba a recordar la incomodidad de mis mandíbulas, la suavidad de su piel, la dureza de su miembro erecto y latiente, el placer de sentirlo invadir mis sentidos, mi alma, mi cuerpo, con sus gemidos salvajes y desinhibidos. Dame tu polla le gritaba yo, dame esa polla que me la quiero comer toda, dame tu leche, dame tus ríos de leche, tus torrentes de leche. Y sin anunciarlo acababas en mi garganta como una catarata que se cae al nivel del río.
Que lindo amor, me decías, que cosa mas hermosa fue esa chupada amor … Y al rato nos dormíamos , mi cabeza en tu vientre y tu pija húmeda reposando casi inocente en tu pelambre rubia.
Los somníferos no hicieron efecto. Dormía y despertaba, hasta que algo golpeó la vieja puerta de vidrio del apartamento, hasta que unos pasos se arrastraron por las baldosas lustradas, hasta que una voz rompió el silencio de la noche, y mi boca seca pegó un grito, y su boca se plantó en la mía como una hiedra fresca y oscura, como el amor que era, como el amor que se me devolvía, tras la pelea. No recuerdo ya si nombre ni el mío, y eso que se ve reflejado en la blanca palidez de los espejos, son dos hombres que se aman. Hay una polla que entra en un culo que se abre, y bombea bombea, penetra y sale, va y viene y un culo más pálido que la luna que lo recibe y se deja invadir, piernas que se levantan y brazos que se encierran, y gritos salvajes del amor recobrado y remozado.
Mi niño, mi nene loco que no puede decir su nombre, mi amor que desafía todas las convenciones y los rito, para unirnos en ese animal de cuatro patas y dos cabezas que copula en la noche como si fuera la última vez, y en ese momento creo, no estoy muy seguro, comenzó a llover.