Imagen | Pensaipinta.
Para tranquilizar la conciencia eché mi titulo de médico en el fondo de la gaveta y busqué otro tipo de trabajo para vivir. Las gentes ya no sabían que yo era dueño de tan terrible licencia oficial; pero una noche fueron solicitados mis servicios.
Era domingo. Melchor, el tabernero, me esperaba junto a la puerta. Me dio las “buenas noches” y rompió a llorar, y por entre los sollozos le salían las palabras tan estrujadas, que solamente logró decirme que tenía un hijo a punto de morir.