Noche de cuerpos.
Artículo … 1.715.
Categoría … Noches de alcoba.
Publicado por … Bruno Fernández.
La noche resbalaba despacio. Los ojos devoraban. Él, sentado en en sillón, acariciaba un cojín con las manos. Ella jugaba a distraerse con la televisión, el corazón palpitante, el deseo a flor de piel. Le temblaba la punta de los dedos, como si estuvieran impregnados de fuego. Las palabras perdían el sentido, el corazón se encharcaba de agua, el aire relataba la verdad. Ella sabía que no, que no podía, que no debía. Era demasiado el dolor de su ausencia como para seguir barajando cartas con su piel. Y sin embargo, su olor, le atravesaba los sentidos, le hacia pasto de la locura, sentía un corazón palpitando entre sus piernas; y ya no había dolor, miedo, o soledad… Se esfumaron las razones.
El sabía que no la quería. Pero, tal vez, si. Cuando estaba a solas reflexionaba, con la mente limpia y el corazón frío y se daba cuenta de que ella no era lo que él buscaba. Demasiado dependiente, demasiado niña en sus sonrisas, una mujer de caramelo, con todo un mundo por aprender. Y sin embargo, el recuerdo de su cuerpo le taladraba las noches. Había algo mágico cuando se tocaban, algo que trascendía la razón o el abismo. Se paraba el tiempo, el reloj, la vida, y solo estaban ellos, y el placer, y el cuerpo, y al mismo tiempo, el espíritu, esa parte infinita dentro de cada uno de nosotros, esa esencia que nada en nuestra sangre.
Y la estaba mirando. La penetraba, aunque fuera solo con miradas. El pelo rubio, resbalando sobre el cuello, la sonrisa viva, los ojos arañando el deseo … Su cintura le llamaba a gritos desde el otro lado del sofá. Y él pensó, "no debería" y sin embargo, el egoísmo abatió sus buenos propósitos, o tal vez, fue la forma en que a ella le temblaron los labios al mirarle.
No había nada más. La pasión se encarnó en el cuerpo de ella, que intentaba llenarse de él, de su aire, para cubrir los vacíos que la hundían por dentro. Sentía que estaba hueca, que necesitaba sus miedos para sentirse viva otra vez. Y él le arrancó el vestido y nunca se había sentido más desnuda, como una mariposa libre del capullo, agitando las alas por instantes, jugándose la vida en un momento de belleza. Porque ella era de porcelana, diseñada por las manos de un experto, su cuerpo, su rostro …
Era tan perfecta que dolía. Y a él le dolió entre las manos cuando acarició cada esquina de su piel, repitiendo los mismos pasos que había dado en sueños, cuando se despertaba sudando, en mitad de lo oscuro, anhelando sus silencios, esos susurros que se colgaban de sus oídos.
La noche sabía a melocotón en almíbar. Explotaron cuando tenían hasta que ya no había nada que desear.
A ella le quedó el amor y a él le quedaron los miedos.
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