Aquellos maravillosos veranos en Sada.
Artículo … 1.616.
Categoría … Noches de alcoba.
Publicado por … Bruno Fernández.
Aquel verano de 1.998, al igual que todos los anteriores desde mis más tierna infancia, me disponía a viajar a Sada (A Coruña) a pasar las vacaciones estivales junto a mis padres y hermano, pero esta vez con alguna diferencia que otra. Este año mis apuntes y libros de textos no debían acompañarme conmigo, el mes de septiembre no me aguardaba con ningún examen de recuperación. Pero sobre todo, la diferencia más importante y que más llamaba la atención, es que había dejado de ser una niña encantadora y entrañable, para convertirme en una jovencita de 18 años.
Medía 1,69 metros, tenía una figura espléndida: unas largas y contorneadas piernas, un vientre plano y ligeramente marcado por la práctica de algún que otro deporte y un par de pechos de un considerable tamaño para mi edad y muy bien puestos. Todo ello adornado por una bonita piel que guardaba el bronceado de un verano al otro. No tenía una cara angelical, pero mis ojos verdes y mi cabello negro me hacían ganar enteros.
Aquel año nos alojamos, mi familia y yo, en el piso que habíamos heredado de la abuela, se encontraba en una urbanización con una gran piscina y bonitos jardines. Allí había podido hacer amigos durante todos los veranos anteriores, con lo que siempre tenía gente con la que jugar en la urbanización y el campo. Mi hermano, como era 2 años mayor que yo, llevaba tiempo yendo sólo a la playa por las tardes, mi grupo de amigos y yo nos pusimos de acuerdo para pedir a nuestros respectivos padres que nos dejaran ir solos a la playa por la tarde.
Y fue en esas tardes en las que mis amigos y yo fuimos descubriendo los cambios que la naturaleza había promovido en nuestros cuerpos. Los chicos se veían muy bien, todos ellos jugaban al fútbol en sus respectivas ciudades de origen, y con el estirón de la juventud se habían quedado con un cuerpazo, todos ellos bien marcados. Las chicas por nuestra parte, teníamos todas ya una figura muy, muy femenina, algunas con más pechos que otras, pero todas con unas caderas y un culo muy bien diseñado. Era impresionante ver a un grupo de 4 chicas corriendo por la playa viendo como los muslos morenos daban paso a un culo tan bien puesto y que resaltaba con los minúsculos bikinis que nos gustaban utilizar.
Pero a pesar de que los cinco tíos de mi grupo se veían muy bien, yo caprichosa como siempre, me había fijado en Diego, el chico que ayudaba a su padre en el alquiler de las barcas de patines. Yo le calculaba mi edad, pero el hecho de que ya estuviese trabajando me llamaba mucho la atención, la forma ruda en la que ataba las barcas con una gruesa soga al embarcadero en miniatura que había en la orilla, me hacía pensar si sería capaz de tratar a una chica con delicadeza.
Un día, una de las 2 barcas que habíamos alquilado para dar un paseo se averió, con tan mala suerte que mi amiga Cristina se había pillado un pie en el pedal. Así que el padre del muchacho de las barcas la acompañó al puesto de la Cruz Roja, que estaba un poco retirado de donde estábamos. Dos amigas decidieron acompañar a Cristina mientras yo me quedaría esperando junto a Diego a que los chicos regresaran de su paseo para avisarles, ya que habían salido antes.
Llevábamos cinco minutos esperando en la orilla, sin resguardarnos del sol y pasando un calor impresionante, imaginaos España, en Agosto, a las 17h00 yo ya no sabía donde meter mis pies para no quemarme con la arena cuando, una dulce voz que jamás había oído interrumpió ese silencio:
-- Ehm… perdona, mira tus amigos al menos tardarán media hora en regresar de nuevo a la orilla, quizás, no sé, sería mejor esperarles en la caseta que tenemos mi padre y yo… Así no pasaríamos tanto calor y podría ofrecerle algo fresco de beber… Es lo menos que puedo hacer por ti después del accidente de tu amiga.
-- Oh, vaya te lo agradecería, lo cierto es que estoy sedienta –. Dije a Diego pasando mi lengua por mis labios. Este hecho inocente, acabó siendo un poco sensual y me puse roja.
Diego me indicó la puerta de la caseta y entramos. Era un habitáculo muy simple: dos hamacas con colchoneta, una nevera portátil con hielo y latas de refresco y un pequeño transistor.
Diego me invitó a sentarme en una de ellas y el hizo lo propio en la otra. Como no sabía muy bien como sentarme, ya que las hamacas eran para tumbarse, me senté en el borde de la misma, con las piernas muy abiertas, una a cada lado de la hamaca. Él se recostó de medio lado, apoyado sobre el codo.
Empezamos a hablar de los planes que teníamos, de los bares de copas y chiringuitos del paseo marítimo, de si nuestros padres nos dejarían por fin salir a mi, a mis amigas, etc. Cuando vi que su mirada sistemáticamente se desviaba de mi cara. Parecía mirar al suelo, algo que me contrariaba porque, aunque al principio estábamos cortados, luego cogimos confianza y hablábamos con naturalidad. Pero de repente caí en la cuenta de que me había sentado demasiado abierta de piernas, miré hacia abajo y vi que mi bikini mojado por el último baño en el mar se había introducido por completo en mi rajita.
Alcé la vista y le miré sorprendida pero no enfadada, él se puso rojo e hizo lo propio: miró a su bañador y una tremenda erección se adivinaba bajo la tela.
Nos volvimos a mirar y yo, lejos de avergonzarme, me dejé llevar.
-- Vaya Diego, que manera de empezar nuestra amistad… no te sientas mal, no pasa nada, es normal que pase esto cuando dos personas se atraen…
-- Ya, Bárbara, pero es que me dio mucha vergüenza, no suelo estar acostumbrado a estar en intimidad con una chica, no sé si me entiendes…
-- Claro que te entiendo, si eso te preocupa, yo nunca he pasado de besos y magreos con ningún chico… Los tíos de mi instituto son idiotas.
-- Yo por mi trabajo no puedo relacionarme demasiado, y cuando mi padre me da permiso para salir sólo lo hago con mi primo, no conozco a chicas aquí en la playa, todas van y vienen, no se paran nunca a hablar con el muchacho de los patines…
-- No digas tonterías, eres un chico muy guapo y seguro que eres realmente interesante –. Le dije guiñándole un ojo y tirándole un beso… Me sentía dueña del juego.
Él se levantó y se dirigió impávido a mi hamaca, al levantarse su polla se mecía dentro de su bañador, dura y amenazante, de un lado a otro, como un árbol agitado por el viento. Yo me sorprendí de que decidiera avanzar hacia mí. Se sentó justo por detrás de mí, abriendo igualmente las piernas; al ir descendiendo, su polla rozó toda mi espalda hasta mi culo. Eso hizo que todo mi cuerpo se estremeciera, cuando volví en sí, sentía que una polla dura palpitaba en mi culo.
No sabía que hacer, probé a girar un poco mi cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos e intentar saber que hacía, pero no tuve tiempo, me choqué con su cara y un profundo beso, eterno, apasionado, húmedo, nos unió. Yo, envuelta, en un universo paralelo, atemporal, me giré ágilmente, situándome de piernas abiertas hacia él. Nos besábamos, nos acariciamos frenéticamente.
Sus manos a priori apoyadas en mis hombros comenzaron a descender hacia mi culo, una de ellas ascendió y me desabrochó la parte de arriba del bikini dejando mis grandes tetas con mis duros pezones hacia él. No dudó un instante y se dirigió hacia mis pechos, los lamía y jugueteaba con mis pezones mientras mis manos descendió y se introdujo en el bañador, agarré su enorme polla y la acariciaba lentamente, un pequeño gemido se le escapó.
Se reclinó en la hamaca y yo hice lo propio. Acercaba mi boca a su bañador mientras que con mis manos se lo quitaba. Su polla dura saltó como un resorte hacia mí, quedando su capullo rozando mis labios. Saqué mi lengua y lamí su glande, abrí mis labios e introduje su polla en mi boca y comencé a mamársela como mis amigas me habían contado que se hacía y como pude ver en alguna película porno de mi hermano.
-- Por favor… Oh, sí, Bárbara, que placer, Dios, me pones muchísimo, uhmmm… para o harás que me corra.
-- Está bien cielo, yo también quiero disfrutar de ti… –. Dije mientras me incorporaba y me quitaba mi bikini inferior y se lo arrojara a su cara. El lo olió y se tiró hacia mi coño como un león se tira a por sus presas.
-- ¡¡ Sí, joder, Diego que placer !!. Esto es nuevo para mi, Dios, dime que significa esta corriente eléctrica que me recorre el cuerpo, ufff sí, sigue, eso es, cómete mi coñito, Dios que gusto. ahhh.
-- Me encanta besar tu cuerpo y recorrer tu piel con mi lengua, quiero follarte, quiero que seas la primera chica con quien lo haga –. Decía Diego masturbándose su polla.
-- Pues no pierdas tiempo y métemela, estoy deseando sentirte dentro de mí.
Colocó su miembro a las puertas de mi vagina súper húmeda y caliente, y poco a poco introdujo su capullo. Yo me mordí el labio de dolor, pero pronto éste dejó paso al placer. Su tronco era engullido por mis labios vaginales. Cuando abrí los ojos otra vez tenía el rostro de Diego desencajado de placer y su polla dentro de mí.
El placer que sentía era indescriptible, él con su cadencia rítmica magníficamente acompasada me penetraba una y otra vez. Sus huevos chocaban contra mis nalgas, y sumados a nuestro sudor y a mis flujos, provocaban ese característico sonido al que pronto nos acostumbramos las chicas. Pero todo no podía ser tan bueno, su inexperiencia en algo debía notarse, y es que su gesto me indicaba que todo esto ya se iba a acabar sin llegar al orgasmo.
-- Cielo, uff, síii, joder… Lo siento, no puedo aguantar más, no puedo… Oh, Oh, ahh.
-- No te preocupes amor, sé que es tú primera vez igual que la mía, y te aseguro que estoy más que satisfecha –. Decía esta frase acompañada de enormes gemidos para tranquilizarte.
-- Fóllame cabrón, pero no te corras dentro de mí, por favor.
Sin saber muy bien que hacer, sacó la polla de mi coño, se puso en pie y empezó a masturbarse. Era un espectáculo increíble: estaba tumbada boca arriba, entre sus dos piernas y su polla dura y empapada a punto de estallar. Sin tiempo casi para apreciarlo, un chorro tras otro de leche espesa salían de su polla, con tanta fuerza que alguno me sobrepasó sin rozarme, pero otros golpearon en mi cara, mis tetas o mi tripa. Me puso perdida de lefa caliente, eso me volvió loca.
Él cayó desfallecido sobre mí, me relamí los restos de leche y nos besamos y abrazamos. Sin perder tiempo, nos pusimos el bañador y me dirigí al mar a limpiarme los restos del placer, mientras el hizo lo propio con la caseta. Al sacar mi cabeza del agua vi que mis amigos comenzaran a aproximarse a la orilla.
-- Por poco –. Pensé.
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