886 | Recuerdos de una alma condenada.
Relatos.
Recuerdo aquella noche, ha pasado tiempo; recuerdo su delicado cuerpo tendido en el suelo; recuerdo su piel blanca, más blanca que lo normal, aún más blanca que esta hoja de papel; recuerdo su largo cabello negro, brillante, en parte debido a los débiles rayos de luz de luna que entraban por la ventana pero más que nada brillante por la sangre que lo humedecía; recuerdo su hermosos rostro encerrado en una expresión, casi imperceptible, de terror; recuerdo sus ojos azules, inertes, descubiertos, observando fijamente la figura de aquel que los había marchitado, aquel que les había arrancado su luz, luz que había convertido la mirada de su dueña en la mirada más bella y encantadora, mirada que me cautivó y enamoró, pero que en ese momento se había convertido en una mirada fría y opaca, una mirada que me condenaba, provocando en cada centímetro de mi ser una terrible sensación de escalofrío, sensación hasta aquel momento desconocida por mi.
También recuerdo haber sentido su último aliento cerca de mi cuello, su último latido en mi pecho, su cuerpo cayendo en una horrible relajación, su miedo transformarse en una inusual calma, calma provocada por el desprendimiento de su alma mortal, calma que indicaba que su vida estaba por concluir en ese momento; aunque también recuerdo parte de su esencia impregnada en lo más profundo de mi ser, quedándose dentro de mí.
Ahora me pregunto: ¿Qué esperanza podría existir para alguien que no se le otorgó el don de amar? ¿Qué consuelo podría ofrecerse a aquel que lo ha perdido todo? Aquel que ha perdido lo único que amaba, aquel que ha perdido una salvación para su alma; la respuesta es sencilla: no existe esperanza alguna para un ser creado por el deseo de Dios, para un ser cuyo único propósito es servir para un ser castrado de todo sentimiento humano; no podría existir esperanza para un ángel, un ángel que conoció al ser más sublime de toda la creación, un ángel que se enamoró perdidamente de él, de su forma de ser, de sentir, de expresar y de vivir; no, definitivamente no se puede ofrecer consuelo a un ángel enamorado que no sabía amar.
Decidí cortar mis alas por ella, decidí negar el destino que el creador tenía planeado para mí, decidí darle la espalda al todopoderoso solo para estar con ella; ¡Ah! Si tan sólo hubiera sabido lo que nos esperaba, habría abandonado mi empeño de estar junto a ella, habría preferido pasar mil eternidades sin su amor en lugar de hacerle daño; y es que un ángel sabe muy poco de sentimientos, y cuando se convertido en humano, no encuentra la manera de expresarlos, no encuentra la manera de dar un beso, ¡Le es imposible!, ahora lo sé.
La noche que me convertí en humano fui a su casa y desde la ventana de su habitación la observé, se encontraba acostada sobre su cama durmiendo, tal vez soñando con nuestro amor, imaginando que éramos libres para poder amarnos. Por primera vez la vi con ojos mortales y me enamoré aún más de ella, la observé por un largo momento, embelesado, también imaginando y soñando despierto; tal vez sintió mi mirada,, pues abrió súbitamente sus ojos, se levantó buscando a su alrededor aquella presencia que había perturbado su sueño y me reconoció, apresurada y sorprendida, fue a abrir los cerrojos de aquella enorme ventana para dejarme pasar y así lo hice.
Una vez dentro le conté lo sucedido, su rostro se iluminó como nunca, dio un salto de alegría y me regaló un abrazo, seguido de un beso en los labios, yo intenté corresponder a sus caricias y no se como pasó, pero el beso se manchó de sangre. ¡Oh!, su dulce sangre.
Cuando la probé, no pude detenerme, el deseo de beber más fue lo único que me regía en ese momento, más sangre, ¡Más! ¡Más! ¡Más! Mordí su cuello y bebí, arrebatándole la vida, apenas si escuché sus gritos ahogados, lo que si escuché claramente fue una pregunta en un susurro proveniente de su voz agonizante: ¿Por qué? Cuando escuché aquellas palabras me di cuenta de loq ue estaba haciendo, la alejé de mi y su cuerpo sin vida cayó al suelo, miré atónito mi crimen y lo único que hice fue caer arrodillado y llorar durante toda la noche, ¡Ah! esa noche aprendí mucho de los sentimientos humanos.
Cuando los primeros rayos de sol entraban en la habitación, noté que la luz me lastimaba como si quemara mi piel, así que me oculté en las sombras hasta que de nuevo anocheciera, observando todo ese día el cuerpo sin vida de la única mujer que había amado y que yo mismo asesiné.
Al parecer, su ausencia no fue notoria ya que nadie fue a buscarla hasta ya caída la noche, cuando escuché pasos que se aproximaban a la habitación, salí por la ventana, huí y me refugié en este apartado y abandonado lugar.
Fue así como la noche se convirtió en parte de la condena, condena por mi desobediencia y por mi crimen; la sed de sangre aumentó y beber ese precioso líquido se convirtió en la única manera que tengo para sobrevivir.
Han pasado ya más de cien años desde aquella noche, a veces me gustaría verme en un espejo solo para saber que tan viejo estoy, pero no puedo.
¿Cuanto durará la condena? Creo que la eternidad tiene la respuesta. Mientras tanto… esperaré y recordaré.
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Celso Bergantiño | @moradadelbuho
Muy buena historia... ¡Me ha encantado!.
ResponderEliminarSalu2.
Mi nick de Melvin me viene de un cuento que escribí hace tiempo...Melvin el vampiro... Me ha traído muchos recuerdos...qué mundo más atractivo, siempre.besotes.
ResponderEliminarEsas almas atormentadas dejan un recuerdo inborrable.
ResponderEliminarUn abrazo !!.