622 El diente negro
Surgió el amor. En una céntrica cafetería de una gran ciudad se cruzaban miradas mientras voces entrecortaban los jadeos deseosos. Ella era una muchacha de cuarenta y nueve años. Más bien bajita, de cuerpo esbelto y pelo caoba, su cabeza daba la sensación de ser muy grande en comparación con su pequeño cuerpo. Su barbilla era tan extraña que todo el mundo la miraba sin discreción. Afilada y con una verruga en la punta, no había quien lo le viniera a la cabeza una de aquellas brujas del bosque.
Él, sin embargo, era un poco más alto pero con una oronda barriga bien formada por años de dura entrega. Superara los cincuenta y su pelo canoso, antes de afearle le daba un aire de varonil madurez. El caso, sean como fueren, es que se gustaban mucho.
Se conocieron dos semanas atrás. Ella colaboraba en un periódico. Una vez, haciendo un reportaje sobre edificios antiguos se topó con él, arquitecto que le fue presentado como ayuda profesional. Pasaron una fantástica mañana de conversación arrastrada en la que ambos se pisaban las palabras. No dejó exhausto a ninguno de los dos y, cuando se despedían, él le dijo de quedar para ir a una cafetería.
Así, unos cuantos cafés y una o dos cenas llevaron al milagro. Ella, que nunca había estado con un hombre, se enamoró de él, separado y con dos hijos.
El caso es que aquel día se vio todo claro. Él le puso las cartas sobre la mesa y se le declaró.
Ella, cómo no, correspondió muy entusiasmada. Se fueron a uno de los pisos y allí se tomaron una copa. A la segunda ya se estaban besando en el sofá.
Su amor seguiría durante largo tiempo. Y un hecho que ocurrió muy pronto no haría declinar su relación. Sucedió una mañana cuando ella se levantó y advirtió algo raro en su dentadura.
Mirándose bien se dio cuenta de que tenía un diente negro. Frotó y frotó con el cepillo pero no había nada que hacer. Un tanto preocupada se decidió por llamar a su arquitecto.
-- Sí, me he levantado esta mañana y lo tenía así. Ya sabes que anoche no tenía ningún diente negro, eh. ¿Crees que debería ir al dentista, al médico…? –.
-- Vamos, vamos, no te preocupes. Me parece que ya sé cuál es el problema –.
Y así fue como le explicó qué era lo que podía estar pasando. Recordó que había un extraño fenómeno al que los científicos llamaban dens nigre que funcionaba de un modo peculiar.
Aparecía un diente negro en la dentadura de alguien y que al besar a otra persona, automáticamente se le pasaba a ella esa coloración. De este modo, el negro iba rotando de diente en diente. Alguien debió de habérselo pasado a él y mientras que estaba en las muelas no haberse dado cuenta. Después él se lo debió de ceder a su amor que tan preocupada estaba.
No debemos pensar que ella se tomó esto con toda felicidad. Muy al contrario, no le pareció nada bien. Sin embargo, luego le encontraron la utilidad práctica puesto que era un seguro contra las infidelidades. El día que el diente negro desapareciera de alguna de sus bocas sería la prueba de adulterio.
Y así pasaron los meses primero y luego unos pocos años. Él continuó separado de su mujer, pero se fueron a vivir juntos. Periodista y arquitecto no necesitaban casarse, de aquel modo estaban cómodos. Vivían de una forma muy independiente y disfrutaban de la libertad.
Pero un día llego la fatalidad. Ella llevaba algún tiempo con la mosca detrás de la oreja porque el diente negro no aparecía por ningún lado. Ella no lo tenía, pero le daba vergüenza preguntarle a él por si lo tenía en una muela y por eso no se lo veía.
El caso es que otros cuantos días después se decidió y sibilinamente le interrogó. Ante su sorpresa él tampoco lo tenía. Esto no podía ser. Ambos se enfadaron mucho pensando en las infidelidades y tras una gran pelea decidieron separarse. Se devolvieron sus pertenencias y retomaron sus vidas anteriores a la relación. Se acabó el amor.
Un par de años después, ella estaba leyendo una revista de mujeres en una mecedora de su casa. No había vuelto a tener relaciones con nadie y por su cabeza no se le pasó en ningún momento. Aún seguía queriendo a su arquitecto. Le constaba que había vuelto con su mujer y llevaban ya un año juntos. Con una experiencia y fallida de aquel modo había tenido suficiente.
Pero por un momento le pareció leer en la sección "Salud" de aquella revista un titular con las palabras dens nigre. Era un artículo que respondía a la pregunta de una lectora. "Mi marido y yo teníamos el dens nigre y estamos muy extrañados porque ha desaparecido. ¿Tiene que haber sido una infidelidad?".
En ese momento ella creyó morir. Se le puso la piel de gallina y la cara blanca. Con cierto vértigo leyó ávida aquel párrafo. Estaba presa de los nervios y el estrés. Sufrió un infarto la pobre mujer al ver que tras un cierto número de veces que rotara el diente negro entre dos personas, éste desaparecería.
Autor | Gamusino
Bruno Fernández (@BrunoFdz)
¡Menuda sorpresa se llevó la mujer! ¡Pobre!.
ResponderEliminarUn saludo y te sigo leyendo.
Menudo final trágico, ainsss.
ResponderEliminarUn abrazo chico !!.
Al final no le había puesto los cuernos... ¡Vaya putada!.
ResponderEliminarUn abrazo !!.
Muy curiosa esta histori.... pero eso del "dens nigre" ¿Es verdad? porque eso no lo aclaras... las rumanas, por si os lo habéis preguntado alguna vez, llevan pese a su pobreza todo el oro en los dientes, y tiene una explicación: Sus maridos pueden repudiarlas en cualquier momento, echarlas sin contemplaciones con lo puesto, por eso llevan toda su riqueza, su dote, encima, para sobrevivir si el marido las abandona....
ResponderEliminarVAmos, muy original la historia, que digo yo que no es lo mismo que una carie, claro... jejeje.
ResponderEliminarBicos Ricos
Si es que no hay que fiarse de las leyendas urbanas. Me ha encantado el post.
ResponderEliminarUn beso
Nela