Triste pérdida, la de la campana del reloj de la Catedral de Santiago, hundida, clueca, muerta. Quizás no escuchemos más aquellas campanadas que "cortaban las cuerdas del corazón", a rimar las horas de la vida compostelana, cayendo, vagaroso, sonando en la Quintana de Muertos. Ahora habrá que fundir de nuevo el bronce íntegro de la madre y reina de todas las campanas gallegas. La jornada va poner a prueba toda la sabiduría del menester que tienen los artesanos de Arcos da Condesa y tendrán que trabajar los canteros para que pueda entrar por el arco de la Berenguela. La señal de las horas fue el mayor que tuvo nuestra Basílica. Hubo siempre en los grandes santuarios, y más en los erguidos sobre sepulcros venerados, el picor de las otras torres y de las sonoras campanas. Cuando se trazaba el Obradoiro, Vega Verdugo escribía: "todos los templos que he visto, he reparado que adonde tienen puestas sus mejores vanidades es en subir y hermosear sus cimborrios y torres. (Cuando Galileo Galiei, de quien tanto se habla estos días, estrenó su telescopio, desde el monte de San Marcos, quiso decir que podía alcanzar hasta Finisterre, no habló de que viera las Torres de Santiago, que aún eran bien bajas, sino a los peregrinos que entraban). Por lo que dicen las campanas, hasta los mismos ayuntamientos medían su prestigio por las que tenían: "cual ricomen, tal vasallo, cual ayutamiento tal campana" reza un "verbo antiguo" glosado en los "cancioneros". El Rey Luis XI de Francia, que guardaba tanta lealtad al Apóstol, cuando envió, en 1.481, a Mr. Mortillon, su Metre de hotel (que era entonces un puesto de mucho peso porqué en la Corte) con dos regidores de La Rochelle, a hacer en su nombre la peregrinación, les dio el encargo de que se fundieran dos campanas de gran tamaño, que no hubiese en la cristiandad ninguna que pudiese asemejarse a ellas. Envió metal de sobra y dinero abundante. Hubo que reforzar la Torre Berenguela, que se llamó de entonces del Rey de Francia. La campana mayor, de treinta palmos de vano, sonaba tan fuerte que las mujeres malparían en el giro de la ciudad. Cuatro siglos después, el Ayuntamiento de Compostela reparó en que los abortamientos no venían del son de las señales, si no de la costumbre insólita de "tocar a parir" como quien toca la agonía, a muerto, a fuego o a rebato. La campana que ahora está herida de muerte y descendiente en línea derecha de las del Rey de Francia, pues fue fundida con su mismo metal. La hizo Pedro de Güesmes, en 1.725, tiene mas de ocho metros de circo, pesa unas trece toneladas. En las Españas solamente le gana el campanario de Toledo, que debajo de él se celebró una reunión de "Amigos de las campanas"; le sigue la "María" de Pamplona. Se actualizó a la nueva maquinaria del reloj de Antelo en el tiempo del Arzobispo Vélez. Cuando, hace pocos años, se mudaron las vigas de carballo que aguantaban la campana por otras de hierro, se cavilaba mucho si se perdía aquel sonido a que estábamos acostumbrados, tan aplaudido por los poetas. Casanova Párraga, maestro en campanologías, escribía de aquellas que Cunqueiro y Castroviejo escribían "que la campana sigue dando extraordinario paladar al vino y enternece la carne de las lampreas en las llares de la Faxeira y la Mámoa". ¿Qué va ser ahora del albariño, del cariño, del espadero y de las comidas de la mejor comida santiaguesa, y, sobre todo, que va ser de nosotros, sin la compañía amiga de la campana de la Berenguela, la voz sagrada de nuestra Catedral?. |