885 | ¿Quién vela tu sueño?.
Relatos.
El cuarto que una vez perteneció al padre es ocupado esta vez por el hijo. Danny siente conocer el espacio en el que Daniel pasó la mitad de su vida. La madre ahora abuela, recuerda los días en que las sábanas de aquella cama no estaban frías.
El suspense hacía parecer imposible que pudieran esperar hasta mañana. Al final de esa noche, Danny tendría un hermano. Sólo una tarde agitada y plena de emociones le hizo sentir cansancio y pensar en dormir. La abuela lo cubrió de mimos y besos antes de ocultarlo bajo las sábanas. El instinto maternal nunca extinguible ocupó un vacío añejo entre las cuatro paredes. Risas capaces de conmover lo inerte se escuchaban por toda la casa.
La luz entraba en menor cantidad cada vez a los ojos del niño. La pequeña mano se rendía ante el cansancio y relajaba sus dedos entrelazados en el blanco cabello de la anciana. Morfeo parecía triunfar al fin.
Con suaves movimientos, la anciana sale de la cama. Un pequeño error la delató ante el pequeño durmiente. La luz aún llenaba el cuarto y la figura maternal fue descubierta ante sus ojos. Ella buscó lágrimas en sus ojos, no las encontró. Una infantil negativa le impidió a la abuela retirarse a su cama. Sólo una mirada la hizo sentir culpable. Sólo una mirada lo hizo a él sentirse tranquilo. Un lenguaje de sentimientos, no de signos ni de caracteres.
Un suave arrullo ayudó al sueño a venir y el pequeño se rindió. Un sentimiento de culpa aún se hizo presente en ella. La medianoche le trajo muchos recuerdos, un guardián regresó entre sus memorias y ella fue a buscarlo. En un rincón de su alcoba aún se encontraba su muñeca. De negra tez y negra cabellera tenía el poder de espantar sus malos sueños. Ha estado con ella la mitad de su vida, la ha querido y la ha cuidado, sin pedir nada a cambio.
Danny despertaba para encontrar el cuarto en penumbras. El sillón donde antes le sonreía su abuela lucía la ausencia de ella, pero no estaba vacío. Una figura, casi infantil, casi femenina le hacía compañía en la oscuridad.
Un rayo de luz rompió la monotonía y le dejó ver un par de ojos verdes que resaltaban en la negra figura del guardián. El rostro fue ocultado bajo las sábanas en un movimiento casi reflejo. El miedo cortó el silencio por primera vez en años dentro de ese cuarto. Los ojos ocultos bajo las sábanas se negaban a ver la figura. El ansia amenazaba con vencer al miedo y tras una breve lucha lo logró. Bajó las sábanas para buscar el color verde, sombras y figuras fue lo que percibió.
Ante sus inocentes ojos pareció que la muñeca tenía movimiento. Una parte de él luchaba para establecer la calma. La oscuridad tejía su manto y nublaba su mente y sentidos. Sus pensamientos iban y venían entre la cordura y el temor.
Con la vista cegada por las sábanas, el sueño se fue imponiendo otra vez. Aún con un pie en la realidad pudo sentir una presencia acercándose. Escalofríos provocados por un aire frío de maldad. Una mirada verde penetraba las sábanas.
Al acecho de sus sueños estaba una silueta. La espina dorsal de un pequeño se curvaba y las rodillas tocaban con su vientre. El ansia lo obligó a abrir los ojos y respirar a través de ellos los escasos rayos de luz. Nada había cambiado. La negra figura seguía postrada en el sillón. Sus ojos desmentían lo que su mente pregonaba. El corazón de un reloj latía no muy lejos y se preguntó cuantas veces darían vueltas las manecillas desde la primera vez que durmió.
La calma logró llegar a su corazón y el sueño se hacía inminente. Recostado sobre su izquierda coqueteaba con el borde de la cama. Su imaginación parecía estar en un peligroso reposo y que despertaría con aún más violencia.
Danzas en blanco y negro acapararon sus sentidos. Pudo ver un pie tras otro dejar marca en la alfombra. Pudo oír crepitar la tela de su vestido. Sus sentidos avispados eran engañados por el miedo.
Por un momento dejó de sentir su entorno y se concentró en la nada. Corto fue su momento y en un latido pudo sentir el rostro de plástico negro a escasos centímetros del suyo. El horror y el pánico le hicieron abrir los ojos y descubrir que nada había cambiado.
Sus ojos una vez más bajo las sábanas. El pánico casi lo dominaba y las ideas no eran tan claras. La imaginación estaba en letargo momentáneo. Sus impulsos le dominaban y sus pies querían tocar el suelo y correr.
Por primera vez su cuerpo se inclinó y su corazón bombeaba el combustible necesario para volar. Su camino estaba cortado pro un sillón y en él, una silueta. Como un espectador pudo verse a sí mismo en la huida.
La escena culminaba al alargarse una pequeña mano de trapo sujetándose de su pierna. Inevitable sería el encuentro. Desechó la idea, la redención se veía venir y sus plegarias llenaron de murmullos la habitación.
Quizá la última plegaria trajo la paz. Inocencia en sus sueños eran señal de tranquilidad. Pudo sentir la luz del sol trayendo el amanecer. Aún sin abrir los ojos una sonrisa esbozó en él. La pesadilla había acabado.
Al ver el primer rayo de luz sus ojos le lastimaron. Girando a su izquierda dominó la situación. Sus ojos cobraron vida propia y partieron en busca de un destello verde. La situación había cambiado.
En donde una vez estuvo la silueta, ahora no había nada. Las sombras que lo cubrieron se lo habrían llevado tal vez. Sus plegarias lo habrían ahuyentado. La luz debería delatar al invasor, pero en su mejor escondite éste esperó el momento.
Sus ojos siguieron una sombra que danzó en la pared. Su conciencia gritó a dilucidar la fuente de tal. Un negro mechón de cabello cayó sobre su rostro y su grito fue ahogado por el amargo sabor del trapo en su boca. Unos ojos verdes veían dentro de los suyos.
Despertando entre gritos la anciana corrió a su lado. El sol aún no asomaba y la luna aún coronaba el cielo. La muñeca de trapo en su asiento observaba a un niño llorando de miedo y sus ojos verdes casi lo seguían al ser tomado en brazos.
Consuelo y protección le fueron dados otra vez. Los ojos de su mente se burlaron de sus sueños y proclamaron esta noche como suya. Torturando al prisionero alzaron su bandera y su territorio fue la oscuridad.
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Bruno Fernández | @BrunoFdz