704 El hombre más feo del mundo
Cuenta la historia de que tan increíblemente feo que era, la propia muerte huía asustada al verle. Esa fue precisamente la cualidad por la que un hidalgo toledano de gran familia venida a menos, pero aún con posibles, decidió hacerse con sus servicios para proteger a su hijo.
El hombre más feo del mundo, que así se referían a él pues su nombre era igual de feo que su rostro, estaba encargado de instruir y velar por Alonso, un niño débil y enclenque de nacimiento al que acechaban todo tipo de enfermedades y rondaba la muerte día sí, día también. Si Alonso conseguía sobrevivir era gracias a este hombre, que no se separaba de él en ningún momento y ahuyentaba a la muerte, que ni armada con su guadaña ni cubierta con su túnica se atrevía a entrar en la casa donde moraba aquella familia.
La madre del niño se opuso en principio a que semejante figura atendiera a su vástago creyendo que el niño lloraba día y noche al verle. Y así fue durante varias semanas hasta que, como el padre había predicho se acostumbró ayudando, eso sí, por una enfermedad que le dejó cegato y que no le permitía ver mas allá de la nariz.
Este hombre iba habitualmente con la cara cubierta, bien por una máscara, bien por un paño o cualquier otra cosa que impidiese que las personas que le rodeaban corriesen espantadas al ver sus rasgos. Pero cuando la muerte rondaba a su discípulo retiraba la máscara y quien debiera llevar el alma del chico al otro mundo no osaba acercarse.
Los días y los años transcurrían tortuosos para el pequeño Alonso que padecía todas las enfermedades benignas y mortales para el hombre, pero que eran superadas una tras otra, pues la emisaria del mas allá no se atrevía a entrar en su habitación ya tronase o temblase la tierra.
Tal era el espanto que este hombre levantaba en la mismísima muerte que su aura protegía al resto de la familia que solo fallecían cuando contraían enfermedades de tan extrema gravedad que la siniestra dama no tenía mas remedio que llevarlos con ellos sin excusas, o cuando sufrían algún accidente lejos de aquel hombre, en cuyo caso, y a modo de venganza, se les procuraba que su último hálito fuese lo más doloroso y agónico posible.
De este modo, la abuela de Alonso, aquejada de los males típicos de la edad y que pasaba la mayor parte del día junto a su nieto, logró vivir hasta los 93 años, momento en que fue a visitar ella sola a un brujo, pues estaba cansada de vivir y quería remedio, y la oscura guadaña aprovechó para segar su vida que ya venía siendo de regalo desde tiempo atrás.
La historia corrió de un extremo a otro del reino y a aquel barrio llegaron a instalarse numerosas familias de bien, ya que corría el rumor de que vivir cerca del hombre más feo del mundo alargaba sorprendentemente la vida.
Esto jamás llegó a demostrarse, más bien al contrario, el registro de defunciones decía que la muerte se cebaba con los vecinos de Alonso, quizá por no poder llevarse a éste. El salvador de Alonso por su parte, pasaba la vida de manera tranquila. Su cultura era amplia, no en vano la longevidad que le proporcionaba su fealdad le había permitido adquirir amplios conocimientos acerca de numerosas materias y se permitía mirar con indiferencia a aquellos que le rodeaban y se burlaban de él, sabedor de que la vejez marchitaría su rostro y lo haría desaparecer y que él sería testigo de tales evoluciones.
En 20 años que permaneció al servicio de su pupilo, un amor por el que le llevó a renunciar a sus estudios y viajes para velar por la vida del niño que le llamaba maestro con gran respeto y solemnidad. Entre tanto, este no dejaba de alternar con sus enfermedades períodos de dicha que se fueron haciendo más corto a medida que crecía.
Pensaron que con el paso de los años adquiriría inmunidad a las enfermedades y que podría existir por si mismo sin aquel hombre que era su mejor amigo. No fue así. Cuando todos los males conocidos pasaron por su cuerpo, otros muchos que no se habían padecido se cebaron de él.
Pero la muerte apenas rondaba su casa y se conformaba con llevar a su viaje a cualquier otro desgraciado que encontrase con tal de no ver al maestro quien le provocaba un espanto superado únicamente por algunos demonios y otras criaturas del infierno, algo que hacía odiar al hombre más feo del mundo con toda la ira de que era capaz.
El padre del discípulo, temiendo que el hombre feo se cansase de esa vida y abandonase a su hijo antes de que éste le hubiese dado un heredero, se apresuró a casar a Alonso con una vecina cuando contaba con veinte años.
El sufrimiento cargaba contra Alonso el día de su boda en forma de síndrome que le hacía vomitar con frecuencia, pero acompañado de su ángel de la guarda, que hizo de padrino para evitar que le diese un ataque en medio de la ceremonia, todo se llevó a cabo. Nada especialmente malo ocurrió durante la boda al margen del retraso que sufrió la ceremonia debido a una indisposición del novio y algún que otro ataque de tos que dejó sobrecogidos a las personas que no estaban familiarizadas con la vida del muchacho.
Alonso vivió uno de los momentos más felices de su vida durante aquel día, que debía culminar en su habitación, debidamente acondicionada para la vida conyugal de la pareja con la concepción de una nueva vida.
No pudo ser de esta forma, el día fue tan agotador que el novio terminó rendido y se quedó dormido inmediatamente al caer en la cama sin poder cumplir con sus deberes de esposo.
Su cuidador, que había provocado terror en los niños pequeños, burla de los adolescentes y desconfianza entre los adultos invitados al enlace por su aspecto enmascarado, durmió solo por primera vez en tanto tiempo que le hizo sumirse en un sueño inquieto del que despertaba sobresaltado a menudo.
Y fue en uno de esos despertares en los que vislumbró una oscura sombra moverse por el pasillo en dirección a la habitación de la pareja. Maldiciendo su estupidez por haber pensando que la muerte respetaría a Alonso al menos en aquella ocasión, se levantó y corrió cuanto pudo para evitar la fatalidad.
Llegó a ver el faldón de la túnica deslizarse en el interior de la alcoba e irrumpió detrás profiriendo todo tipo de insultos hacia su vieja enemiga. La muerte blandía ya la guadaña sobre Alonso que a punto estaba de perecer asfixiado por la tos, cuando al oír la voz de aquel ser que tanto le aterraba gritó con tal rabia que la fuerza se le fue por la boca y la guadaña cayó sobre la cama rebanando el cuello de la mujer, que yacía con el rostro desencajado de quienes ven llegar su fin de modo inesperado.
Bruno Fernández (@BrunoFdz)