438 Confesiones de un convicto
Postrado sobre el único lugar que me queda, intento concentrarme en algo que calme el desasosiego. Quizás una imagen entrañable o una cara familiar me ayudaría, sin embargo se me hace imposible imaginarlo.
Será el dolor que rodeándome no hace más que distraerme e intentar captar mi atención. Sé que esto no es peor que verme juzgado a diario por un puñado de intolerantes.
Prefiero seguir aquí, aunque añoro la compañía, las palabras, aunque pobres y limitadas son nuestra forma de expresarnos y la más preciada de nuestras posesiones.
Creo que especialmente añoro las palabras de Clara, palabras acompañadas de sinceridad, dulzura y ambigua tristeza. Con ella mis primeros sueños e ilusiones. Creíamos realmente en ciertos ideales y considerábamos imprescindibles los valores.
Primero pensamos que el mundo era nuestro, luego que no estaba hecha para nosotros y más tarde que nosotros no estábamos hechos para él. Fue el momento en el que descubrimos que la amistad era una utopía hecha para pocos, y que la libertad se encontraba entre rejas, cuando prefabricamos un mundo paralelo pero diferente.
Desistiendo de nuestro empeño en cambiar las cosas comenzamos a desistir en realizar los sueños que habíamos antes fantaseado, y destrozando parte de eso que parecemos construir cada día, cerca de lo que llaman alma. Pudo haber sido uno de esos sueños que si habíamos realizado y que nos mantenía unidos.
Éramos pocos, pero suficientes. Fue la primera oportunidad que se nos brindaba para convivir con personas cercanas a nosotros, y todas, realmente bellas. También añoro la voz de Hugo, una de esas personas que se convierten en parte de ti desde el momento en el que las conoces. Él, a diferencia de nosotros no había desistido en el propósito de cambiar nuestro entorno, simplemente pensaba que no estábamos preparados pero que tarde o temprano cambiarían las cosas, todo un optimista.
El olor a humedad me transmite recuerdos confusos y desagradables. Evadirme del dolor y el lugar durante segundos me alivia. Parece como si en realidad no estuviera viviendo ahora mi pesadilla. O simplemente haciéndome pensar que solo es eso, un mal sueño.
Pero como voces adorables, también existen malvadas voces y como sueños dulces, las pesadillas. Sin dolor no existiría la felicidad.
Depresiones, angustia, nervios o cualquier mal de mente solo es una escusa para que no sintamos afortunados o desdichados. Cuando te preocupas demasiado de perfeccionar tu felicidad te das cuenta de que no has disfrutado los momentos realmente buenos, no sé si felices o no, pero irrepetibles.
Acabas llegando a la conclusión de que ahora tiene que ser el turno de los malos sueños, ya que no encuentras otra explicación a lo que está pasando. ¿Dónde está Marcos, Ana, Silvia, Juan y otros muchos que han estado en los momentos buenos?.
Hugo y Clara siguen junto a mi corazón. Mi alma inmensa en concretar la despedida y yo… yo aquí. Desearía un instante para poder gritar ante todas aquellas personas que me han conocido, que me alegro de haber estado, que si de algo me arrepiento es de aún no haber muerto, de seguir condenándome aquí a la locura.
Gritar que cada uno se ha quedado con pedazos de mi alma, y que la que queda ha decidido concretar el momento, sentenciándolo en una rápida despedida, pero nunca en un adiós.
Celso de Ourense (@moradadelbuho)