312 El escritor y sus ficciones
Ella camina las tardes de brumas fluctuantes y nubes tangenciales, recorre las calles que le llevan y traen por los cenagosos caminos pululados por los vivos. Por la noches suelen perderse con presteza en los abismos de sus adentros; allí y en secreto sus sueños inventan y cuentan mitos y leyendas que le son propias.
Nadie tiene acceso a tales relatos impregnados de un onírico realismo mágico inmanente a alguien que tanto empeño puso en aquella noctívaga ficción conocida a párpados cerrados, hasta llegar a percibir en la realidad cotidiana los matices de noctámbulas aventuras, que para el resto de los mortales pasarían por ser de lo más irreal.
En cambio ella, (y como esto me apresuro a especular) ha roto ya el umbral, no existe para su conciencia más realidad que la que hoy en día se encuentra construyendo dentro de su inocua fantasía. Toda ella es en si un cuento, una aventura que se presta a vivir sus andanzas desde el primer bostezo del día y solo un poco mas allá del crepúsculo, para en las noches entregarse solicita en cuerpo y alma al misterio subyacente tras el silencio de sus ensueños.
Sí, ella es un cuento… y yo soy su autor.
Más aún; insisto en que existe, habita nuestro mundo y aunque al describir yo su sonrisa como un flamígero arco iris cabalgando de sus mejillas y luego afirmar que lleva en sus ojos la silueta de la vida refractada por sus pupilas, es para muchos inevitable creerla como una ficción creada por mi travesía inventiva; un espectro con aspecto de mujer producido en alguna noche abandonada reproyectando sus imágenes en la psique del escritor que sus amigos advierten cada vez más se le está quedando corta la cordura.
Más no advierten ellos que sus peculiares atributos son incapaces de ser descritos usando los ingentes tecnicismos literarios, acólitos inseparables de aquellas obras y escritos considerados excelsos.
Ella es real pero al contarla mucho me temo sería imposible hacerlo sin que parezca lo contrario. Quizás algún día le verán, trotando por ahí, delatada por sus soliloquios, con el aura alborotada, con sus aminoradas protuberancias pectorales y un corazón latiendo gracias a las energías proporcionadas por el deseo de amar y ser correspondido. Cuando logren advertir los fenómenos aquí descritos, sabrán entonces que, en efecto ella es un sueño despierto ambulando por las urbes del reino de este mundo.
Mucho me temo que nunca podrás, pues solo el autor de un ente como tal, posee la facultad de auscultar los signos delatores de su presencia, es decir, el autor de una quimera hecha real tras el hallazgo del ser humano cuyas características le parecieron consonas con aquella mujer tantas veces dibujada en sus sueños.
Tú. Tantas veces te tracé, otras tantas te divisé, y una noche que dejo de ser como cualquier otra, mi alma se vistió de somnolencia para visitar el mundo de lo etéreo y durante un segundo mostrar a mi espíritu a lo interno de una esfera rutilada, la imagen lucífuga del rostro, de la mujer cuyo vientre me serviría para procurar mi existencia mas allá de la muerte, con mi ethos contenido en el cáliz que allí debo dejar. Una metáfora se hizo real. ¿De dónde diablos vino?, no lo sé. Cierto es, son innegables las veces que el camino de la salvación para algunos hombres suele presentarse una vez el arrebato de la esencia contenida detrás de la piel de una mujer los eleva a los confines del cosmos que solo pueden ser conocidos de forma natural utilizando sus cuerpos como puente.
Y es que de la misma forma que el logos del universo se encuentra compactado en nosotros los hombres, esa fuerza de voluntad generadora y productora, aquel que los responsables de la vida subyace en el microcosmos del organismo humano como tal, la palabra que hizo el universo, sigue vigente en nosotros a través de la magia del lenguaje, en fin, que no somos más que una párvula reproducción de todo aquello tan grande.
Y una mujer tampoco es más que un ser sapiens cuya anatomía conserva en justa medida las divinas proporciones que sustentan el equilibrio del macrocosmos. Quizás no vuelva más a soñar, aunque aún quede la posibilidad de un “tal vez”, lo cierto es que tantas veces imaginarte tras unas cortinas de párpados clausurados, hoy pretendo amarte despierto y serrar luego las pupilas con tu rostro apoyado a uno de mis costados.
Aún así me pregunto… ¿Volveré a soñar contigo después?.
Autor | Aneudys Santos