279 Fútbol en A Veiga No recomendado para menores de 18 años
Pimpf tragó saliva tratando de decidir una posible vía de escape. El enorme cobertizo parecía un cubo, completamente cerrado, sin otra salida que no fuera el herrumbroso portón, bloqueado en aquel momento por cuatro furiosos muchachos, que con rostros decididos parecían advertirle que no saldría bien librado de aquella situación.
“Pero como fui a meterme en este lío”, pensó Pimpf mientras estudiaba rápidamente a sus adversarios, analizando cuál de ellos sería el que empezaría la paliza.
Los chicos parecían disfrutar con sus superioridad numérica y el visible miedo en la cara de Pimpf. Era un momento de gloria que les venía muy bien después de la aplastante derrota que sufrieran en el partido de fútbol.
Al ver que los muchachos cerraban el portón con candado y comenzaban a acercarse, Pimpf deseó no haber hecho caso a la invitación de su amigo Thiago, que un día antes había pasado por su casa con la consigna de convencerlo para que lo acompañara a su destierro de fin de semana.
-- ¿Pero tú estás loco? (se quejó Pimpf), ¿que narices voy hacer en A Veiga? –.
-- ¡Anda! (rogó su amigo), no seas cabrón, acompáñame, es sólo un fin de semana –.
-- ¿Estás tonto? (se burló Pimpf), ¿que narices voy hacer en ese pueblo polvoso? –.
-- Pues acompáñame, burro, para que no se me haga tan pesado el castigo –. Explicó Thiago.
-- Ahora resulta (completó Pimpf renuente), tus padres te mandar para que se te quite el desmadre y no andes de borracho como todos los fines de semana, pero yo no tengo porqué irme a perder dos días contigo allá –.
Total, Thiago no dejó de rogar y amenazar hasta que se le ocurrió un último argumento:
-- Ya sé que haremos para divertirnos (explicó), el pueblo tiene un equipo de fútbol y tienen fama de ser muy buenos –.
Pimpf se descojonó de la risa.
-- Bueno (se defendió Thiago) al menos son muy buenos en su localidad, pero no se comparan con nosotros (presumió). Si me acompañas podríamos darles una buena paliza para que sepan lo que son unos verdaderos jugadores –.
Como chicos de ciudad se sentían muy orgullosos de su superioridad y Pimpf terminó aceptando a acompañar a Thiago al dichoso pueblo.
Lo demás había pasado muy rápido. La llegada, el pueblo muerto y callado, hasta que los equipos se organizaron y Thiago y Pimpf, luciéndose en la polvorienta cancha, golearon al equipo rival. Las burlas de Pimpf habían sobrepasado todos los límites. Unos cuantos jugadores del equipo local se habían enfurecido lo suficiente como para empezar una acalorada bronca. En evidente desventaja, Pimpf y Thiago se vieron forzados a correr y cada cual cogió un rumbo distinto. Por ser la primera vez que visitaba el pueblo, Pimpf no supo esconderse tan bien como Thiago, y ahora había sido descubierto por los nada contentos contrincantes en aquel granero que más bien era una enorme trampa que acaba de cerrarse.
-- Bueno chicos (comenzó Pimpf tratando de calmarlos), tampoco hay que tomárselo tan a pecho –.
-- Eso lo decidiremos nosotros –. Dijo uno de ellos, el más alto y fornido.
Pimpf empezó a retroceder tratando de poner distancia, pero tropezó y cayó al suelo. Los chicos le rodearon. Desde abajo, Pimpf vio solo cuatro pares de piernas peludas, pues todos llevaban aún sus uniformes de fútbol.
-- Creo que a este amigo no le caería mal una buena lección –. Dijo un muchacho delgado y moreno, agarrándose el paquete mientras lo decía.
Todos asintieron, toqueteándose también los respectivos bultos.
-- ¿De qué hablas? –. Tartamudeo Pimpf al notar el giro que estaban tomando de pronto las cosas.
-- Pues nos encantaría mazarte a golpes (explicó otro de ellos, rubio y macizo) para enseñarte algo de humildad, pero para qué echar a perder un rostro tan bonito –. Dijo agachándose y acariciando la barbilla de Pimpf.
-- ¿Que te pasa anormal? –. Se defendió Pimpf empujándole la mano con violencia y alejándose lo más posible arrastrándose por el suelo.
El rubio le cogió por los pelos y lo trajo de regreso.
-- Mira, niñito de ciudad (dijo casi con asco), aquí tenemos muy pocas oportunidades de divertirnos. Mis amigos y yo estamos tan calientes que no nos importa agarrar lo que sea para calmarnos la calentura y eso incluye tus ricas nalgas –.
Para demostrar sus palabras, el muchacho delgado y moreno le acarició los muslos, deslizando rápidamente la mano hacia arriba buscándole las nalgas.
-- ¡Estáis locos! –. Gritó Pimpf tratando de ponerse de pie para escapar.
Los chicos le redujeron rápidamente y le arrancaron toda la ropa. Pimpf solo sentía manos toqueteando por todos lados y lanzaba patadas y manotazos tratando de repelerlos sin ningún resultado. Terminó completamente desnudo, y entre todos los cargaron y lo llevaron en volandas hasta la parte más despejada del granero. Allí, sobre un paquete de paja, lo acomodaron boca abajo. Pimpf se quedó recostado sobre el cubo, sin poderse mover, con uno de los muchachos sosteniéndose las manos, otro las piernas y un tercero sentado prácticamente sobre su espalda. El cuarto muchacho, el más alto y fornido, comenzó entonces a desnudarse.
-- Hemos decidido que yo seré el primero (le explicó mientras se iba quitando los pantalones), porque tengo la polla más grande y porque seguramente es la que más te va doler cuando te la metra en el culo –.
Aunque Pimpf ya había imaginado lo que iba a sucederle, las palabras del muchacho explicándolo de aquella forma tan simple y llana, sólo lograron llenarlo de pánico.
-- ¡No!, por favor, no lo hagan (rogó desesperado), cualquier cosa menos eso, les juro que estoy arrepentido de haberme cachondeado de ustedes –.
-- ¡Cállate! y acepta tu lección como un hombre –. Dijo acomodándose a sus espaldas, entre sus piernas abiertas y sus temblorosas nalgas.
-- ¡No! –. Gimió Pimpf al sentir la punta de su miembro hurgando en su trasero.
El muchacho jugó un poco con su miedo. El glande se sentía caliente contra su ano. Pimpf no podía ni moverse. Contuvo el aliento en los pulmones esperando lo ineludible. El chico acarició su ojete con dedos mojados en saliva y poco después le metió la cabeza de su polla con un doloroso y repentino empujón.
-- ¡Ya!, ¡por favor! (suplicó Pimpf), me está doliendo mucho –. Se quejó con rabia y con dientes apretados.
-- ¡Qué lástima! (dijo entre risas su violador), porque no te he metido ni la cuarta parte –.
El resto vino después, con violentos y decididos empujones y Pimpf creyó que le partiría el culo en dos.
Cuando sintió que los pelos de su pubis chocaban contra sus nalgas supo que ya se la había metido toda y que tal vez aquel desgarrante dolor desaparecería, pero la cosa apenas estaba comenzando. Los movimientos del muchacho eran punzadas que parecían quemar su apretado agujero con cada embestida.
-- Mira que tiene un culo riquísimo, me está apretando tan sabroso que podría follármelo toda la tarde –. Comentó el muchacho a sus compinches.
-- ¡Pues apúrate cabrón! (dijo el rubio), porque yo ya no me aguanto y también quiero disfrutarlo –.
Sus palabras fueron como un jarro de agua fría para Pimpf, se había olvidado que allí había cuarto muchacho, todos calientes. Había supuesto que aquella violación era un castigo suficiente, sin imaginar siquiera que los demás también querían su parte.
-- ¡No, por piedad! (lloriqueó Pimpf), no podré soportar a otro de vosotros –.
-- ¡Claro que podrás! –. Dijo el rubio palmeando sus nalgas y apurando a su amigo.
El chico se vino finalmente y dejó en su lugar al rubio. Pimpf vio que su polla era un poco, muy poco en realidad, más pequeña que la del otro y para su culo, apenas desocupado, fue una dolorosa agonía recibirle.
-- Tenías razón (dijo el rubio después de metérsela), tiene un culo digno de ser follado –.
Pimpf lo sentía removerse en su interior, raspando su hasta poco virgen cavidad trasera con enérgicos y resueltos movimientos.
-- Pero muévete chiquillo (recomendó el rubio), quiero sentir como gozas con mi polla en tu culo –.
Pimpf apretó los dientes en señal de lo mucho que gozaba, rogando porque acabara rápido su pesadilla. El chico moreno y delgado que le sostenía los brazos se había desnudado también. Pimpf vio su polla acercarse, apenas a escasos centímetros de su rostro.
-- Si me la comes (dijo el chico moreno justo a su oído), me vengo en tu boca en vez de tu culo –.
Pimpf decidió rápidamente que sería mejor tener aquel miembro largo y duro en su boca, por más asco que le diera la idea, que en su violado agujero, que en aquel momento parecía arder en llamas con las vigorosas acometidas del rubio. Abrió la boca en señal de aceptación y el chico suspiró al sentir sus labios y su caliente lengua en su sensible prepucio.
-- Mmmm, que bien chupas la polla –. Dictaminó y los demás festejaron su comentario.
El sabor de su polla no era tan malo, después de todo, decidió Pimpf, olvidándose al menos por unos segundos de lo que pasaba en su trasero para concentrarse en hacer las cosas bien con la boca para que el chico se corriese rápidamente. Sin embargo, el moreno aguantó lo suficiente como para que el rubio terminara y rápidamente ocupó su lugar, no sin antes encargarle al cuarto muchacho que le sostuviera las manos para evitar que escapara.
-- Prometiste que no me follarías –. Recriminó Pimpf al moreno al verlo acomodarse a sus espaldas entre sus piernas abiertas.
-- ¿Y perderme este culito delicioso?… ¡Jamás! –. Terminó al tiempo que le metía el rabo en su punzante ano).
Esta vez la sensación fue un poco diferente. No porque sintiera dolor, ni tampoco porque estuviera disfrutándolo, pero de algún modo extraño se sintió menos violado que con los otros dos, porque al menos conocía ya la polla que lo estaba taladrando. Era un pensamiento estúpido y tal vez fuera de lugar, pero en aquellos momentos sirvió de algo.
Pimpf se sintió menos invadido, menos violentado, y hasta arqueó la espalda tratando de darle acomodo al inquieto y resbaladizo miembro.
-- Ya está empezando a gustarle –. Comentó el chico que tenía delante cogiéndole las manos. Era el más bajito de todos, macizo sin llegar a ser gordo. Tenía un rostro muy atractivo, se percató Pimpf, con grandes y redondos ojos marrones.
-- ¿Quieres que te la chupe? –. Dijo Pimpf sin saber porqué lo decía.
El chico se puso de pie rápidamente y se bajó los pantalones. Su miembro parecía hacer juego con el resto de su persona. Era corto, pero muy grueso, con una bulbosa y colorada cabeza goteante de claro y aromático líquido. La acercó hasta su boca y Pimpf lamió la punta de su polla, distinguiendo esta vez el sabor salado y acre de su polla.
Dejó de prestar atención a lo que sucedía detrás, concentrado en el sabor de aquella y nueva polla y suave.
-- ¿Me dejarás que te la meta también –. Pidió el chico.
-- ¿Acaso puedo negarme? –. Dijo Pimpf mirando al chico sin dejar de lamer su polla.
-- Bien sabes que no (completó el otro acariciándole la cabeza), pero quería preguntártelo –.
El moreno había terminado, Pimpf sentía el semen de sus tres violadores escurrir entre sus muslos. Los cuatro chicos miraban sus nalgas, excitados con el hecho de tener aquel bello joven de ciudad, desnudo y con el culo lleno de leche masculina. El último de ellos ya no quiso esperar más, y esta vez no fue necesario que sujetaran a Pimpf, que reconciliado con su destino se dejó montar por cuarta vez. La polla gorda e hinchada le causó una nueva y dolorosa molestia.
-- Ya, por favor, termina de una puta vez –. Se quejó.
-- Tardaré lo que me plazca –. Fue la seca respuesta.
El conocido bombeo comenzó nuevamente, esta vez acompañado con torpes y rudas caricias en la espalda en los muslos y en las tetillas.
-- Apriétame la polla con tu culo (siseaba el muchacho al tiempo que se lo cogía), déjame correrme dentro de tu cuerpo, quiero llenarte de leche –. Continuó.
Desde la esquina oscura, y desde el principio de todo aquello, Thiago miró la increíble escena, disfrutando secretamente de ver a su amigo Pimpf ser nuevamente cogido. La chorra le dolía ya de lo dura que estaba.
Nunca se imaginó que ver a su amigo en aquellas circunstancias pudiera excitarle tanto, pero así era. En absoluto silencio liberó su miembro y comenzó a masturbarse. Había tratado de aguantarse, pero ya no podía más. El cuerpo planco y desnudo de su amigo había resultado ser un espectáculo digno de admirar.
Ver sus fuertes y masculinas piernas de futbolista tan separadas para darle cabida a sus violadores, sus firmes nalgas siendo usadas por aquellos chicos, futbolistas también, tenían a Thiago a punto ya del orgasmo.
Los chicos se acercaron a acariciar a Pimpf mientras el último de ellos gozaba con su agujero. Uno de ellos, Pimpf no supo cual, metió una mano bajo su cuerpo y comenzó a acariciarle el miembro. La sensación fue maravillosa, y las reprimidas oleadas de placer estallaron de pronto por todo su cuerpo. No quería admitirlo, no debía hacerlo, pero estaba gozando mas allá de todo límite. Comenzó a jadear desesperado.
La polla dentro de su culo era un torbellino, entraba y salía, lo llenaba y lo vaciaba, lo poseía y lo abandonaba. El placer crecía en climáticas ondas que parecían llevarlo irremediablemente a un lugar donde sabía que ya nada volvería ser igual.
Thiago explotó lo más silenciosamente que pudo. Ninguno de los presentes lo escuchó, pendientes todos de Pimpf, que con un grito de placer se corrió también, apretando el culo en espasmódicas contracciones, tan placenteras, que la cuarta y última verga del día explotó también en su interior, sumando su líquida carga a todas las que ya llevaba dentro.
Los chicos se fueron antes de que siquiera lograra recuperarse. Thiago se demoró un poco también, dando tiempo a que Pimpf lograra vestirse y pudiera recomponer su fachada que difícilmente lograría ser la misma de antes.
Cuando finalmente Thiago apareció, haciendo parecer que venía de fuera, Pimpf no dijo nada. Comentó simplemente que se había escondido en el hangar y había logrado evadir a sus perseguidores.
Regresaron a la ciudad al día siguiente sin comentar nada de lo sucedido. Por la mente de Thiago pasaban las imágenes de su amigo una y mil veces, y durante varias semanas, esa película mental fue el único pensamiento con que acompañó sus frecuentes sesiones masturbatorias.
Un día, tiempo después, Pimpf llegó a casa de Thiago, como lo había hecho tantas otras veces.
-- Pasa, amigo, que gusto verte (dijo Thiago al abrir la puerta), ¿quieres una cerveza? –. Le preguntó.
-- ¡Vale! (dijo Pimpf sentándose con su amigo en la sala frente a la retransmisión de un partido de fútbol) y tráete varias para no perdernos ningún gol –.
-- No puedo (dijo Thiago un poco apenado), apenas me da tiempo de que nos echemos una nada más –.
-- ¿Y eso? –. Preguntó Pimpf extrañado, sabiendo lo mucho que le gustaba el fútbol y la cerveza.
-- Es que voy de salida, voy a A Veiga –. Terminó Thiago.
Las palabras quedaron flotando en un incómodo silencio. Ambos recordaban. Ambos pretendían haberlo olvidado, fingiendo que no había pasado nada.
-- Me encantaría acompañarte –. Dijo de pronto Pimpf, ante el sorpendido Thiago.
Inevitablemente ambos se sintieron de pronto muy excitados, se miraron a los ojos. Sus miradas resbalaron inevitablemente hacia abajo, hacía sus entrepiernas, hacia los repentinos y reveladores bultos que mostraban los dos.
-- ¿Crees que puedes organizar algún partido de fútbol por allá? –. Preguntó Pimpf acariciándose levemente el grueso bulto entre las piernas.
-- Seguramente que sí –. Contestó Thiago, agarrándose también la protuberancia que abultaba su pantalón.
Chocaron las manos y apuraron sus cervezas. No había tiempo que perder.
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